Una tibia y hermosa mañana radiante de sol, dos niños correteaban por el prado vecino a un rumoroso arroyo, jugando y saltando. Se los veía alegres y llenos de dicha.
Ambos eran hermosos y casi idénticos. Al verlos cualquiera diría que eran gemelos. Tenían la piel cobriza, los cabellos dorados llenos de rizos y sus cuerpos eran esbeltos, bien formados y llenos de energía.
La suave brisa agitaba los pastos cubiertos de espigas que crecían en el bajo, junto al curso de agua que corría saltando entre las piedras brillantes.
De pronto, uno de los niños se detuvo señalando algo, mientras el otro se esforzaba en vano por ver de qué se trataba.
— ¡Es un Maribrís!— gritó el primero.
— ¿Qué es eso?— preguntó el segundo.
—Es un ser muy puro, mitad lombriz mitad mariposa –—explicó el primero.
El extraño ser simbolizaba la unidad del cielo y de la tierra y podía andar tanto bajo ella como luego volar hacia las alturas libremente.
Esa mañana apareció volando graciosamente entre la vegetación, alimentándose del néctar de las flores pero solamente de las de color blanco, a tal extremo llegaba su pureza.
El Maribrís era bello y fantástico, con su larguísimo cuerpo, hamacándose pendiendo de las hermosas alas azul muy brillante, listado de plateado y moviéndose majestuoso en el aire matinal.
—Pero yo no veo nada — protestó el segundo niño.
— Dicen que sólo las almas puras pueden verlo— sentenció el primero
— ¿Y por qué yo no lo veo? — preguntó triste el segundo
— Será que no eres tan puro —
— ¿Por qué siempre te burlas de mi? —
El primero de los niños contestó con una sonora carcajada. El segundo, malhumorado, se acercó al arroyo, tomó una pesada piedra y se la arrojó al primero mientras gritaba:
— ¡Maldito Abel, me tienes harto!—
De : Anillos de Humo
Publicado por San Luis Libros
S. Luis- Argentina- 2011
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