Mi idea al abrir este blog, es la de compartir mis trabajos en el arte, no como una manera de exhibirme, sino como agradecimiento a la vida por los dones que me ha dado.
Soy Técnico Industrial, de profesión pero durante los últimos 29 años estuve viviendo de la elaboración de artesanías talladas en madera.
Como aficionado y enamorado de lo bello, también he pintado cuadros al óleo y hago fotografía, además escribo desde siempre, aunque en los últimos años le he dedicado con un poco mas de tiempo, el resultado es que tengo unos cuantos trabajos publicados hasta ahora. El acontecimiento culminante fue que el Gobierno de mi provincia, San Luis, me ha distinguido publicándome un libro de relatos, “ Anillos de Humo”, en razón de haber recibido una Mención Especial en un Concurso Nacional.
En este blog, voy a ir poniendo a consideración del mundo, mis cuentos, poesías, fotografías, (sobre todo de mi querida Provincia de San Luis, mi tierra de adopción, lugar donde nacieron mis hijos y también mis nietos) y fotografias de algunos cuadros y esculturas. Gracias, bienvenidos a mi casa virtual.
Roberto Enrique Sabbatini
domingo, 3 de febrero de 2013
La Tapia
Desde la cama se podía ver un hermoso sector de las sierras. Aquí cerca las matas de “cosmos” con sus flores anaranjadas, como si flotaran en el aire, un poco más allá unos arbustos verde oscuro salpicados por los tonos más claros de los “churquis.” Detrás se veían en toda su imponencia los “Comechingones”. Algunas nubes cubrían parcialmente las cumbres, corriendo hacia el sur manchando de blanco grisáceo los ocres y verdes del macizo.
Tal era el universo de don José, desde que, por aquel accidente quedara postrado y a una edad ya muy avanzada como para poder tener una rehabilitación completa.
Al viejo sólo le quedaba una alternativa: ver pasar los días a través de la ventana y desde su cama.
Estaba resignado y no le molestaba demasiado su situación. Ya había pasado dos inviernos así y ahora que estaba promediando el otoño, esperaba mansamente pasar un tercero.
Don José leía bastante pero disfrutaba mucho más mirando por la ventana. Él ya se conocía de memoria las plantas que se ve veían en ese, su cuadro mágico y conocía todos sus cambios al paso de las estaciones. Sabía a la perfección los hábitos de los pájaros, todos sus horarios y hasta les había puesto nombres propios y disfrutaba con sus cantos y movimientos.
Su esposa, no tan anciana como él, lo atendía rutinariamente con los otros quehaceres de la casa. No era esto una carga pesada para ella, pues en la casa había una empleada doméstica que hacía las tareas más ingratas.
De tanto en tanto los hijos venían a visitar a don José y traían a los nietos que alegraban la monótona vida del anciano.
Pero don José de lo que realmente disfrutaba, era de ese trozo de paisaje serrano que veía desde su ventana. Esa era para él la actividad principal del día.
Algunas tardes Antonia, su mujer, se sentaba en un sillón al lado de la cama del viejo y mientras tejía le contaba las novedades del pueblo, de los vecinos, de los hijos y de los nietos. Él a su vez le hablaba de las novedades de su cuadro mágico, de las plantas y de los pájaros, de los colores de las sierras, de las nubes….
Cierta vez confesó a su esposa que era muy feliz, a pesar de su invalidez, porque tenía esa ventana
— ¿Sabés?, si alguna vez el vecino construyera el cerco, creo que me moriría —
—No digas pavadas — protestó la mujer cariñosamente
— Ni el vecino va a construir el cerco, ni vos te vas a morir — agregó con ternura
El tiempo seguía transcurriendo y las sierras desaparecieron tras las nubes por varios días. Cuando se despejaron aparecieron cubiertas de nieve. El invierno ya estaba encima, Las heladas hicieron que los colores de la vegetación cambiaran al pardo rojizo, algunas plantas quedaron reducidas a palos secos, ya no había hojas en los árboles.
Ahora todo parecía más amplio, las sierras más grandes. Para don José esto no era nuevo, él sabía muy bien que era lo que seguía en cada etapa de su paisaje.
Una mañana ocurrió algo fuera de lo normal. Se vio un par de albañiles moverse, entrando y saliendo del cuadro mágico y para desesperación del viejo comenzaron a levantar un tapial de ladrillos. Su esposa trató vanamente de tranquilizarlo.
— Solo es una pared bajita — le decía.
Pero con gran rapidez la tapia se elevó mas o menos dos metros del suelo y desde la cama de don José quedó oculto el terreno lindero con el jardín los arbustos y las sierras. Solo quedó visible una angosta franja de cielo.
Para el pobre viejo fue un golpe durísimo. Algún tiempo después entregó su alma y fue sepultado con gran consternación y dolor por sus hijos, parientes, amigos y vecinos.
Después de la muerte de don José y para que Antonia no se sintiera tan sola, los hijos traían por las tardes a los nietos a la casa paterna.
Entonces la casa, hasta ahora, casi siempre silenciosa, se llenaba de las risas y los gritos de los niños con sus juegos.
Una tarde el nieto mas chico preguntó a su abuela
—Abu, ¿Para qué hiciste hacer ese pedacito de pared contra el vecino?—
La abuela parece que no escuchó la pregunta, porque ésta quedó sin respuesta. Y como para el chico tan solo era una pared más, siguió jugando tranquilamente, sin volver a preguntar por aquella solitaria tapia de unos tres metros de largo por dos de alto que no tenía ninguna función aparente.
De : Anillos de Humo
Publicado por San Luis Libros
S. Luis- Argentina- 2011
Tal era el universo de don José, desde que, por aquel accidente quedara postrado y a una edad ya muy avanzada como para poder tener una rehabilitación completa.
Al viejo sólo le quedaba una alternativa: ver pasar los días a través de la ventana y desde su cama.
Estaba resignado y no le molestaba demasiado su situación. Ya había pasado dos inviernos así y ahora que estaba promediando el otoño, esperaba mansamente pasar un tercero.
Don José leía bastante pero disfrutaba mucho más mirando por la ventana. Él ya se conocía de memoria las plantas que se ve veían en ese, su cuadro mágico y conocía todos sus cambios al paso de las estaciones. Sabía a la perfección los hábitos de los pájaros, todos sus horarios y hasta les había puesto nombres propios y disfrutaba con sus cantos y movimientos.
Su esposa, no tan anciana como él, lo atendía rutinariamente con los otros quehaceres de la casa. No era esto una carga pesada para ella, pues en la casa había una empleada doméstica que hacía las tareas más ingratas.
De tanto en tanto los hijos venían a visitar a don José y traían a los nietos que alegraban la monótona vida del anciano.
Pero don José de lo que realmente disfrutaba, era de ese trozo de paisaje serrano que veía desde su ventana. Esa era para él la actividad principal del día.
Algunas tardes Antonia, su mujer, se sentaba en un sillón al lado de la cama del viejo y mientras tejía le contaba las novedades del pueblo, de los vecinos, de los hijos y de los nietos. Él a su vez le hablaba de las novedades de su cuadro mágico, de las plantas y de los pájaros, de los colores de las sierras, de las nubes….
Cierta vez confesó a su esposa que era muy feliz, a pesar de su invalidez, porque tenía esa ventana
— ¿Sabés?, si alguna vez el vecino construyera el cerco, creo que me moriría —
—No digas pavadas — protestó la mujer cariñosamente
— Ni el vecino va a construir el cerco, ni vos te vas a morir — agregó con ternura
El tiempo seguía transcurriendo y las sierras desaparecieron tras las nubes por varios días. Cuando se despejaron aparecieron cubiertas de nieve. El invierno ya estaba encima, Las heladas hicieron que los colores de la vegetación cambiaran al pardo rojizo, algunas plantas quedaron reducidas a palos secos, ya no había hojas en los árboles.
Ahora todo parecía más amplio, las sierras más grandes. Para don José esto no era nuevo, él sabía muy bien que era lo que seguía en cada etapa de su paisaje.
Una mañana ocurrió algo fuera de lo normal. Se vio un par de albañiles moverse, entrando y saliendo del cuadro mágico y para desesperación del viejo comenzaron a levantar un tapial de ladrillos. Su esposa trató vanamente de tranquilizarlo.
— Solo es una pared bajita — le decía.
Pero con gran rapidez la tapia se elevó mas o menos dos metros del suelo y desde la cama de don José quedó oculto el terreno lindero con el jardín los arbustos y las sierras. Solo quedó visible una angosta franja de cielo.
Para el pobre viejo fue un golpe durísimo. Algún tiempo después entregó su alma y fue sepultado con gran consternación y dolor por sus hijos, parientes, amigos y vecinos.
Después de la muerte de don José y para que Antonia no se sintiera tan sola, los hijos traían por las tardes a los nietos a la casa paterna.
Entonces la casa, hasta ahora, casi siempre silenciosa, se llenaba de las risas y los gritos de los niños con sus juegos.
Una tarde el nieto mas chico preguntó a su abuela
—Abu, ¿Para qué hiciste hacer ese pedacito de pared contra el vecino?—
La abuela parece que no escuchó la pregunta, porque ésta quedó sin respuesta. Y como para el chico tan solo era una pared más, siguió jugando tranquilamente, sin volver a preguntar por aquella solitaria tapia de unos tres metros de largo por dos de alto que no tenía ninguna función aparente.
De : Anillos de Humo
Publicado por San Luis Libros
S. Luis- Argentina- 2011
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